domingo, 9 de noviembre de 2008

EP y movimientos sociales en Chile. G. Salazar

(Publicado en “El Mensajero”)

El siguiente texto corresponde a una charla ofrecida por Gabriel Salazar, con motivo del Taller de Educación Popular desarrollado por el CIDE, en Punta de Tralca, durante el año 1989. La presente trascripción es de responsabilidad de Luis Bustos y Juan José Silva, con aprobación del autor.

La trascendencia que ha tenido en la historia del pueblo chileno la existencia de los Movimientos Sociales, y la constatación de un avance permanente, en una dirección incontestablemente sostenida, -así como la claridad con que el autor ha expuesto el tema-, nos han convencido de la necesidad de dedicarle este Fascículo Educativo (paralelo a la edición normal de nuestro boletín). Esperamos que nuestros fieles lectores lo estimen igualmente útil e ilustrativo.

INTRODUCCION

Lo que aquí se plantea sobre Educación Popular está, -para emplear una palabra de moda-, "sesgado" por la visión histórica que tiene el autor. Sin embargo, nos parece que la visión histórica tiene ventajas, por sobre apreciaciones más o menos abstractas, que se refieren a la realidad de los sectores populares desde definiciones de situaciones colectivas, en torno a sus luchas y en torno a la educación que se dice necesario impartir para que pueda liberarse.

El autor ha enfocando estos problemas desde una perspectiva histórica, porque eso permite entender los problemas a través de los procesos de cambio que atraviesan normalmente, tanto a las instituciones educacionales, como a los movimientos sociales que son, en última instancia los que le dan pleno sentido a este tipo de procesos.

EDUCACION POPULAR EN CHILE

Antecedentes históricos

La "Educación Popular", no apareció con el golpe militar de 1973. La Educación Popular nace en Chile conjuntamente con el sistema de educación nacional, cuando don José Joaquín Prieto y después don Manuel Montt y sus respectivos ministros, iniciaron la creación de lo que se ha llamado "el sistema educacional chileno".

Ellos lo pensaron básicamente como un medio para educar a los pobres y así, hablaron de "educación popular", educación para el pueblo. El objetivo de ellos era muy simple. Podríamos decir que no era otra cosa que un intento de moralizar a las masas que se consideraban bárbaras. Educar para ellos era moralizar; educar era convertir a un peonaje bárbaro, que no reconocía autoridad ni ley, -por supuesto, la ley de los que mandaban en ese tiempo-, y educar era meter en sus conciencias algún tipo de ley, algún tipo de control.

Los ministros de educación de esos años, destacaban mucho la importancia de educar al pueblo chileno, porque de otro modo el desorden social, el bandidaje, es decir, el continuo asalto de los peones a las haciendas y a las minas, el robo de los metales o "cangalla", es decir, todo aquello que no podían parar en ninguna forma, hacía que la policia de aquellos años fuese contínuamente rebasada. Simplemente "no se la podía" con el peonaje.

La única forma de controlar todo aquéllo -se pensaba-, era a través de la creación de un sistema educativo que moralizara básicamente a la población, poniendo a los pobres en un esquema moralista, donde la educación y la Iglesia trabajasen de consuno para conseguir ese efecto. Ellos, los ministros de Educación, inventaron el término Educación Popular; ellos crearon el sistema educacional con ese fin.

No obstante les fue mal..., y no sólo en el intento de educar a las masas, sino que, también, en la conducción de la economía de este país, y allá por el año 1900 sobrevino una crisis importantísima.

Para poder salir de esa crisis imaginaron... y comenzaron a crear un Estado nacional, una estructura nacional, basada en el apoyo electoral del conjunto de la sociedad chilena, y para eso, de nuevo, era necesario educar a las masas, y educarlas esta vez no con fines de mera moralización, sino con fines de respeto a la ley, porque ellos estaban creando un Estado democrático, que era la única forma de combatir su propia crisis como clase conductora en este país.

Por eso, es muy importante distinguir entre lo que el sistema imperante entendió por Educación Popular (que no es más que el intento por educar a las masas a efectos de mantener el sistema de dominación) y todo lo que eso involucra, y lo que podríamos llamar, en cambio, la auto-Educación Popular.

Porque el pueblo, a lo largo de todo este tiempo, se encontró con que no sólo estaba excluido económicamente del sistema, sino que además pudo constatar que la educación qu se le intentaba entregar no le servía realmente..., porque ¿para qué aprender a leer y escribir, si los cosecheros, los inquilinos, no podían vender su producción de trigo directamente en los puertos, ya que los mercaderes se la quitaban antes?

En consecuencia, ante la inutilidad de la educación popular ofrecida por el sistema, muchos grupos populares buscaron fórmulas autónomas de la escuela, autónomas del sistema y del Estado, para auto-educarse. ¿En qué? Primero, en cómo subsistir en situación de exclusión, en cómo crear vida donde ellos no encontraban vida.

La historia del peón, la historia del vagabundaje chileno del siglo pasado, fue la historia de gente que no tenía dónde y cómo vivir. Tenían que crear ellos mismos situaciones de vida donde no había nada. Por eso es que ellos fueron los verdaderos creadores de la minería de la plata, del cobre, en el norte chico. ¿Quiénes la crearon? Pues, los pobres, que se fueron allí, y van descubriendo todas las minas, y van creando vida donde no había vida; y van creando sociedad donde tampoco había sociedad para ellos.

Desde un principio estos pobres marginados y perseguidos, que descubren que el sistema no les es útil para su realidad, comienzan a auto-educarse para sobrevivir, para crear vida; su vida, en la nada; su sociedad en la nada. El resultado de todo eso fue, en el siglo pasado, el desarrollo de una sociedad popular extraordinariamente rica desde el punto de vista cultural.

Al revisar lo que los viajeros extranjeros del siglo pasado dejaron escrito sobre el pueblo chileno, lo primero que dicen es que "la elite dominante en este país no tiene gracia, no tiene color propio, no tiene carácter, porque es una mala copia de la sociedad inglesa o francesa o alemana". ¿Dónde está la cultura autóctona nacional? Está en el bajo pueblo, porque, -para graficarlo con ejemplos concretos-, en el siglo pasado la gente pobre se vestía con los ponchos y las bayetas que les tejían sus mujeres. Consumían lo que ellos mismos producían. Todos cantaban lo que ellos inventaban..., cantaban sus propias penas. Era una sociedad con cultura propia; de ahí entonces que la identidad del pueblo chileno en el siglo pasado fue extraordinariamente nítida e impactó profundamente a los observadores extranjeros.

En ese contexto se produce este fenómeno de auto-Educación Popular, que marcó profundamente las actividades del movimiento popular chileno del siglo pasado y que se pierde a comienzos de este siglo, como producto de toda una ofensiva, de parte de los grupos dominantes en crisis, encaminada a controlar a las masas populares, para meterlas dentro del sistema, haciéndolas funcionar con las reglas del sistema que ellos estaban imponiendo.Y en eso tuvieron éxito, porque a comienzos de siglo el peonaje ya no pudo vagabundear más. El ejército se "prusianizó", es decir, se disciplinó, aprendió a masacrar a los "rotos"..., con éxito, porque al principio intentaba masacrarlos, pero las tropas desertaban y al final los rotos ganaban.

Se impone un sistema educacional nuevo, obigatorio, y este cambio fue fundamental. Al revisar fotos del pueblo chileno de fines del siglo pasado y compararlas con fotos de 1915, nos encontramos con hombres y mujeres distintos. En este último grupo, por ejemplo, vemos fotos de la huelga de Iquique, en que los hombres aparecen vestidos de casimir inglés, con "hallullas" y calzado de cuero importado.

Es otra cultura, la clase obrera y el pueblo en general, comienza a hacerse más cosmopolita, a modernizarse y, por tanto, a adoptar los patrones culturales externos. Se comienza a perder la identidad popular, en la medida en que el sistema educacional comienza a dominar por sobre la auto-educación.

Entonces, cuando hablamos de "pueblo", tenemos que pensar siempre que éste tiene demandas históricas larguísimas, de liberación, de desarrollo, de proyección de su identidad, y que la Educación Popular, en sentido estricto, no podría ser sino una auto-educación que lo prepare, no para cumplir un rol sistémico de buen ciudadano dentro de un sistema, en donde las reglas las pusieron otros; no para ser un buen hombre que acate las leyes morales, para comportarse bien dentro de un sistema mercantil que le convenía a los mercaderes de ese tiempo; sino prepararse para cumplir un "rol histórico" que es distinto; que tiende a crear y desarrollar su propio proceso de liberación.

Así, hay una diferencia fundamental entre lo que es la Educación Popular, entregada normalmente por el sistema y la auto-Educación Popular, que ha sido siempre un intento desde la base, por mantener su identidad y por luchar por su propio proyecto de liberación.

¿Qué es lo popular y que entendemos por pueblo?

Mirando históricamente, no podemos dejar de observar que la situación de la clase popular chilena ha sido la misma, desde el siglo decisiete hasta el día de hoy.

Aproximadamente, entre el 40 y el 65 por ciento de la población, ha estado económicamente excluida, desocupada o sub-empleada, percibiendo muy bajos ingresos y, además de ello, experimentando distintos grados de represión.

Han cambiado los nombres de los pobres; fueron vagabundos en el siglo XVII, se habló de labradores o cosecheros o peones en el siglo XVIII, pero históricamente es el mismo fenómeno.

Podemos decir que ha cambiado mucho en este tiempo la cuestión política. Nos independizamos de España, el régimen portaliano fue desmantelado y finalmente vino el parlamentarismo. También se destruyó el sistema parlamentarista y vino una democracia. Se destruyó la democracia...; en fin, han cambiado muchas cosas, pero la situación del pueblo, históricamente hablando, sigue siendo la misma. En consecuencia, podríamos afirmar, aquí no ha existido un cambio social.

Si uno considera que la historia del pueblo chileno, en sentido estricto, no se identifica necesariamente con la historia del pueblo mapuche, -porque la historia del pueblo mapuche es la historia de un pueblo, de una nación, de una resistencia étnica que ha atravesado los siglos para defenderse de, justamente, una grave agresión a su identidad-, pero, si dejamos un poco afuera, con mucho respeto, la historia del pueblo mapuche, y nos atenemos sólo a la historia del pueblo chileno, entonces podemos decir que esta historia del pueblo chileno, en sentido estricto, comienza no antes ni después del 1700, esto es, a comienzos del siglo XVIII.

Y, ¿con quiénes comienza? Pues, para variar, comienza con los marginados. Los marginados constituyen algo así como la matriz del pueblo chileno. Los marginados han sido como ese bolsón del cual han salido muchos que han querido, de alguna forma, integrarse al sistema para ser otros, para progresar, para ser más o menos libres, y la historia nos muestra que muchos han logrado salir, pero también enseña que una gran cantidad de ellos ha permanecido o ha retornado al gran bolsón marginal. Toda la historia del pueblo chileno es como la historia de este bolsón, con muchas salidas, muchos intentos de escape y muchos retornos.

Pero, ¿cuáles fueron estos grupos marginales que dieron origen en cierto modo al pueblo chileno? Básicamente españoles pobres, que vinieron a Chile o a América en son de conquista, pero que, -como en todas las cosas-, llegaron tarde. No se les dieron tierras, no se les dieron encomiendas, porque éstas se dieron a muy poca gente. De este modo se encontraron sin tierras, sin indios, sin acceso a lo que en ese tiempo era la sociedad colonial, y se encontraron marginados.

Españoles pobres, es decir, colonos que llegaron tarde o que, llegando a tiempo, fueron marginados por Pedro de Valdivia. Quedaron fuera, convertidos en una masa marginal. Indios o negros libertos o que se escaparon. Esa fue la masa original que, no teniendo ni tierras, ni trabajo, ni estatus jurídico, se encontraban impedidos de ser encomenderos; no podían ser monjas ni curas, no tenían recursos para integrarse al grupo de los comerciantes, etc. De este modo quedaron convertidos en una masa que lo único que pudo hacer fue vagabundear por la tierra de sus antepasados.

Y el siglo XVIII chileno está lleno de vagabundos que van de un lado a otro en busca de oportunidades de cualquier tipo.

Formación del pueblo chileno.

La historia del pueblo chileno comienza con un proceso de "campesinización". Con la formación de la primera clase campesina, que es la matriz posterior del resto de la clase popular chilena. Entre los años 1700 y 1850, más o menos, los campesinos chilenos, en las estancias donde fueron chacareros o cosecheros o labradores en general, fueron los grandes productores de trigo en este país. Los ricos no producían trigo, porque ellos estaban acostumbrados a comerciar; eran mercaderes, y era de mal tono que ellos se fueran a vivir a las estancias para producir trigo.

El campesinado chileno constituyó una especie de clase media, durante un tiempo. Pero los grandes mercaderes, que vivían en Santiago y después en Valparaíso, fueron aplicando distintas formas de explotación a estos productores, al punto que provocan una tremenda crisis del campesinado a mediados del siglo XIX.

Ahí se acabó la historia del campesinado en sentido estricto. La presión fue tan grande, que los hijos de los campesinos comienzan a abandonar las tierras de sus padres, apareciendo en escena el segundo gran grupo del pueblo chileno, que fue el peonaje.

El peón fue hijo de campesinos, pero no era campesino. Era en realidad un desertor de la economía campesina; simplemente porque ahí no había destino. Era gente joven, de entre 15 y 25 años, que no tenía más destino que echarse a los caminos, conviertiéndose de nuevo en vagabundos, tal como lo habían sido sus abuelos en el siglo XVIII. El peonaje chileno constituyó, durante un siglo y tanto, la masa social más abundante en este país.

Como lo señalamos anteriormente eran entre el 40 y el 60 por ciento de la fuerza de trabajo. Este peonaje se fue para el norte, descubrió las minas, comenzó a trabajarlas, se hizo pirquinero, se hizo cateador, se hizo "maritatero", se hizo minero; y durante un tiempo le fue bien.

Hasta que llegaron de nuevo los mercaderes, los que, a través de préstamos de dinero, del abastecimiento del minero con pólvora y alimentos, -los famosos habilitadores-, les fueron quitando las minas. Y el peonaje entonces emigró y se hizo campesino, mucho más alla del Bío-Bío, en las tierras vacías dejadas por los indígenas. De ahí fueron expulsados, a fines del siglo XIX, constituyendo una corriente constante hacia Argentina, Chiloé o la Pampa Salitrera; o hacia el Perú y Panamá, -adonde iban a construir ferrocarriles o el Canal-, o hacia California y Australia y la "fiebre del oro".

Doscientos mil peones chilenos salieron del país en el siglo XIX y hasta 1910; vale decir, el doce por ciento de la población total del país, (entre un millón ochocientos y dos millones de habitantes). Este peonaje, se formó y se educó totalmente al margen del sistema. Siempre encontró algún bloqueo, pero jamás perdió su identidad, porque siguió vistiéndose con la producción que aportaban las mujeres del pueblo, a la economía popular.

Este peonaje siguió soñando con que existían riquezas escondidas en alguna parte de la tierra, que él podía descubrir y trabajar para hacerse rico. Eso le dio a ese peón una identidad firme y sólida. Se sentía propietario de ese mundo marginal y solidario con todos los peones que deambulaban. Se sentía respaldado por las mujeres de su pueblo que le tejían, que lo admitían en sus ranchos, que le daban de beber, que le daban de comer, que los vestían sin cobrarles nada, porque entre la gente de pueblo, en esos años, no se cobraban los favores que se hacían. Un favor se hacía para recibir después otro favor, no importaba cuando.

Eso les daba "una conciencia de clase" extraordinaria. No necesitaban de libros para saber de conciencia de clase. De hecho se sentían perteneciendo y se reconocían lo suficiente como para "combinarse", -decían ellos-, para intentar un asalto aquí, un robo allá; para levantar un ganado por aquí, para asaltar al pueblo de allá, sin necesidad de conocerse.

La "combinación" surgía por el solo hecho de reconocerse como perteneciendo a una misma clase. Esto es lo que determinó la capacidad delictual del peonaje del siglo pasado; lo que le dio un potencial tan grande, que la policía de la época fue incapaz de acabar con el bandolerismo. Si llegaban a agarrar a uno y lo torturaban, el torturado no podía realmente decir nada, porque no conocía los nombres, ni los destinos, ni los lugares de habitación de los demás compañeros con que se habían combinado para llevar a cabo sus fechorías.

Por eso el "roto" fue un roto alzado; fue un roto irrespetuoso; fue insolente y dueño de sí mismo. Lo que más impresionó a los extranjeros, fue la auto-confianza de este roto, orgulloso de ser el que era, "parado en las hilachas", como decían algunos.

A fines del siglo XIX, sin embargo, ya no es posible emigrar a California, porque está ocupada por los yanquis; no es posible emigrar a Australia, porque ésta se desarrolla por sí misma; no es posible emigrar a Argentina porque comienza a defenderse de la emigración chilena; no es posible emigrar a la Pampa Salitrera porque ya está comenzando la crisis; no es posible emigrar al sur, porque está comenzando a ser ocupado por los latifundistas que se están formando allí. Se acaban las posibilidades de emigración, se acaba el mundo propio y fantástico; se acaban las riquezas remotas que soñaban llegar a poseer a través de todos esos derroteros.

Es una época en que comienza también formarse la clase obrera, en sentido estricto. Los historiadores del movimiento obrero chileno nos han enseñado que los artesanos eran obreros, y ésto es un error, porque el obrero industrial, en rigor, es el que realmente está integrado dentro del sistema productivo, que vive de un salario real, con fichas, o sin ellas, como el pobre peón del norte. Y éste solamente aparece cuando se desarrolla la industria en Chile, comenzando a fines del siglo pasado con un buen inicio, el cual se detiene por el año 1900.

Hacia el año 1900 se vuelve a vivir una crisis generalizada. No más vagabundeo, represión militar, la industria se paraliza y al roto le queda solamente una posibilidad de emigración. ¿Hacia dónde?..., pues, hacia Santiago, hacia Valparaíso, hacia Concepción y los conventillos de esas ciudades.

Es la época en que comienzan las huelgas del movimiento obrero; las primeras huelgas industriales. Pero esas huelgas siempre se mezclaron con la rabia acumulada y las formas propias de operar del peonaje.

Al revés del obrero, -que combatía contra un sistema y se reivindicaba a sí mismo frente al sistema; que luchaba por un mejor salario, mayor capacidad de organización, mejoras políticas-, el peonaje no aspiraba a eso porque no estaba dentro del sistema. El peón entendía la lucha como una rebeldía y una lucha que lo llevaría a ocupar un espacio propio. El roto siempre combatió para ocupar territorio y en ese sentido no se rigió por la lógica reivindicativa de la clase obrera sino que por la lógica de la resistencia mapuche. Todas las acciones de insurrección peonal del siglo pasado fueron "tomas" de ciudades, tomas de haciendas, etc. Por eso es que las huelgas de comienzo de siglo fueron una mezcla de huelga industrial y de insurrección peonal. Por eso es que fueron tan peligrosas y por eso es que muchas veces fueron masacrados todos los que participaron en ellas.

Tenemos entonces que, hacia 1900, la masa popular chilena no tiene más camino que irse a Santiago a encerrarse en el conventillo. Ya no puede soñar con mundos lejanos, ya no puede vagabundear, ya no puede robar ganado, no le queda más camino que oscilar entre el conventillo, el chiribitil y el burdel. Así comienza la alcoholización del pueblo chileno.

En 1910 registramos la tasa de alcoholismo más alta de la historia de Chile; la tasa de mortalidad infantil más alta del mundo; la tasa de hijos ilegítimos más alta que se haya registrado. El 40% de los hijos que nacían en Chile eran ilegítimos. Es la peor crisis de la clase trabajadora chilena. El nivel de prostitución de las mujeres de pueblo alcanzó en Santiago a la quinta parte de las mujeres adultas. Esa corrupción, esa desintegración moral, fue acompañada por un gigantesco movimiento, por parte del sistema, para educar cívicamente a las masas.

En Chile ha habido muchos cambios, por así decirlo, "cosméticos", a nivel del sistema político. Una serie de adaptaciones del aparato económico, que no fueron nunca capaces de resolver la crisis central del sistema económico. Asi, la estructura social y la situación específica del pueblo, no ha cambiado.

Finalmente es esta distinción la que permite entender nuestra pregunta inicial acerca de qué es lo popular.

La mujer: una mención especial.

Con respecto a la mujer de las primeras décadas del siglo XIX, -mientras el hombre es el labrador que araba la tierra y manejaba la yunta de bueyes-, ella era la que construía la rancha y la que vendía el producto de sus tejidos a los mercaderes; la que producía los alimentos que se vendían al público, las fritangueras, las vivaqueras. Eran las que producían el pan. No había panaderías en ese tiempo. Tanto es así que todo el pan se llamaba así: "pan de mujer", porque era producido por ellas y no sólo en su casa. Ellas se organizaban, tenían verdaderas empresas (se llamaban consorcios en esos años); grupos de mujeres, organizadas de forma parecida a los talleres actuales, producían pan en conjunto y lo vendían, por ejemplo, a los regimientos, a los fuertes de la zona sur del Bío-Bío, en la frontera.

Trabajaban, producían, eran empresarias. Se entendían con los mercaderes; negociaban con ellos con bastante autonomía.

Pero todo eso se rompe con la crisis campesina y con la importación de telas, casimires ingleses y sedas francesas. Con la crisis, el hombre se va a vagabundear. Tiene que irse o es atrapado por los militares en las famosas "levas" que hacían en ese tiempo, que les permitía reclutar a cuanto "roto" se pusiera por delante, con el fin de mandarlo a combatir aquí o allá; o era obligado a hacer trabajos forzados; o era apresado por los bandoleros. Así, como hemos visto, el hombre comenzó a arrancar permanentemente y por eso el vagabundaje, por eso el peonaje.

Pero la mujer no arrancó. Se quedó con todos los niños y muchos miles de mujeres comenzaron a ser llamadas así: "las abandonadas". Emigraron a los pueblos y se urbanizaron mucho antes que el hombre. Tanto fue así que durante muchas décadas, entre 1820 y 1860, por cada hombre adulto que vivía en una ciudad chilena, había cuatro mujeres adultas y, en cambio, había campamentos mineros y "placillas" donde sólo había hombres.

De ahí que la mujer se encontró sola, con hijos, teniendo que arreglar el problema de la subsistencia por si sola. Y se hizo empresaria, y construyó su rancho en las ciudades, mucho antes que el hombre. Negoció con las autoridades, elevó petitorios y desarrolló un discurso reivindicativo, antes que el hombre. Supo del Estado, antes que el hombre. Desarrolló su capacidad productiva, para comerciar, para manejar su familia por si sola, para relacionarse sexualmente con distintos hombres, en distintos tiempos. No fue prostitución, sino más bien amancebamientos múltiples a través del tiempo. Sin embargo, por eso fue perseguida, reprimida y encarcelada. Se le quitaron sus hijos y la enviaron a la frontera sur, en castigo. Fue enrolada en la servidumbre, sin salario. Y en todo eso, esta mujer del pueblo desarrolló una notable capacidad de supervivencia. Por eso es que, según los extranjeros, la mujer del pueblo resultaba muchísimo más interesante que el hombre.

Sin trabajo asalariado posible, las mujeres construían su rancho, plantaban sus árboles frutales, tenían las famosas quintas "de recreo"; una invencion de ellas. Para poder subsistir vendían chicha, alcohol y diversión..., y se hicieron cantoras.

Ahí nace la cueca, la "vihuela" y todas las canciones populares chilenas. Entonces aparece el hombre, sin rancho, sin casa, sin pega, perseguido, incapaz de verse con la autoridad porque ésta lo azotaba, lo metía preso, lo trataba mal. El hombre no tenía discurso. Por eso el machismo masculino no existió realmente. Lo que existió fue una mujer de pueblo, con una capacidad enorme de subsistencia y, desde el punto de vista del sistema, con una absoluta falta de moralidad.

Tal vez, ésto nos permite explicar mejor por qué actualmente, en las poblaciones, son generalmente las mujeres las que alegan más; las que van al ministerio; las que sacan la cara; las que se organizan en torno a los Derechos Humanos, etc., cualidad que no tiene su explicación en el vacío, sino que tiene su historia.

A los pobres se les suele cambiar el nombre.

Efectivamente, a lo largo de la historia, las clases dominantes se han encargado de rebautizar al pueblo constantemente, para adaptarlos a los cambios de su propia mentalidad acerca de cómo gobernar el sistema.

Por eso, como ya lo lo dijéramos antes, en un comienzo se llamaron vagabundos, más tarde fueron peones "mal entretenidos", después fueron mujeres abandonadas, peonaje femenino, obreros, etc.

Pero también existe un pensamiento "progresista", que ha intentado ver al pueblo desde el punto de vista de los esquemas teóricos, y se han acuñado ciertos conceptos, como el que ha hablado de "clase trabajadora", "clase explotada", que parte por identificar al pueblo como el conjunto de personas que ocupan una misma función, dentro de un sistema productivo.

Así, se habla de la función del trabajo, en oposición a la función del capital; definición que nos conduce a decir que el pueblo es la clase obrera industrial, porque es la única que tiene una función; una posición estructural en el sistema económico del país. Esa definición, con todo lo buena que pueda ser desde el punto de vista teórico, desde el punto de vista histórico deja afuera, aproximadamente, al 80% de la gente pobre.

La clase obrera industrial en este país siempre ha sido muy reducida en número. En el siglo pasado, estrictamente hablando, menos del uno por ciento de la fuerza de trabajo era obrero-industrial. A comienzos de este siglo, no más del tres por ciento; en la época de apogeo del desarrollismo, (años 40-50), el 22 o 23 por ciento de la fuerza de trabajo; hoy en día, el 12 o 13 por ciento de la fuerza de trabajo...

Es una minoría. ¿Y qué pasa con el resto? Simplemente no tiene cabida dentro del análisis teórico, y por eso entonces se llega a la idea de que la clase popular o la clase trabajadora, no es una clase conceptualmente simple, no es un grupo de personas absolutamente homogenizadas, sólo por el hecho de ocupar el mismo lugar dentro de las relaciones de producción. No, porque hay otros que no están dentro..., que no tienen trabajo, que tienen trabajo a medias, que no están trabajando en industrias, que son temporeros, pero que forman parte de esa masa excluida.

De ahí que afirmemos que la clase popular es heterogénea. Es abigarrada, es un conglomerado de grupos; es un conglomerado de pobres distintos, pero iguales en un sentido más global. Y en ese sentido podemos pensar que lo popular es una categoría; es un concepto mucho más amplio y a la vez más dinámico, porque engloba tanto a los que están dentro del sistema económico, como a los que están fuera del sistema económico o en sus fronteras.

Pero también es un concepto más dinámico. ¿Por qué razón?

Pues, porque incluye la capacidad de levantar demandas; la capacidad de movilización de aquellas fuerzas que no están necesariamente dentro de la estructura productiva. De ahí entonces que hoy podamos entender lo popular como una categoría mucho más amplia; conceptualmente menos simple, teóricamente más "pobre" si se quiere, pero históricamente más rica y más amplia, y al mismo tiempo con una capacidad de dinámica social mucho mayor.

¿Y la clase obrera qué...?

Siempre hemos examinado la clase obrera en función del rol que debería tener en un proceso revolucionario. Pero pocas veces la hemos examinado conforme al rol que ella ha jugado realmente, históricamente, en los movimientos populares chilenos. Dada la existencia de este enorme peonaje; de esta masa sub-empleada o desempleada, ser obrero en Chile es llegar a ser alguien. Para quien viene del sub-empleo, ser obrero es una meta y un logro; un éxito y un orgullo.

Tanto es así, que cuando se examina la vida obrera, -no en el partido sino en la sede social-, uno puede descubrir cómo allí, en la sede del sindicato, entre los años 1920 y 1965, se intentó reproducir una vida social y una vida de consumo, modelada a imitación del sistema general.

El 77 por ciento de las huelgas industriales del período 1930-1972, tuvieron carácter económico o salarial. Si a eso agregamos que los obreros, normalmente inducían a sus hijos para que fueran más que ellos, nos encontramos con que la mayoría de los hijos de obreros de ese período, intentaron, vía sistema educacional, ser algo más que lo que habían sido sus padres.

Aparece así una clase obrera que es, a la vez, expresión de un logro: el orgullo de quien venía de ser un simple peón, junto a la realidad de unos hijos que tienden a escaparse de ese estatus, porque no es suficiente. Nos encontramos con una clase obrera que está abierta, por su origen, y está abierta por su descendencia. Esto nos permite entender mejor, que su contradicción con el sistema no es herm

tca, no es cerrada, no es rígida y nos podemos explicar un poco, la flexibilidad de este movimiento obrero chileno frente a las exigencias y a los intentos disgregadores ejercidos por el sistema.

¿Qué pasa hoy con los sectores populares?

Queremos señalar que, por primera vez, por lo menos en este siglo, los sectores populares han sido expulsados del sistema.

Durante más de un siglo, todos los esfuerzos del sistema estuvieron encaminados a integrar a la masa popular. Por primera vez, el régimen autoritario la ha arrojado del sistema y eso ha involucrado crear una situación nueva, excepcionalmente importante para la clase popular chilena.

En ese sentido podemos decir que el pueblo chileno de ahora, se encuentra en una situación bastante similar a lo que fue su situación a comienzos del siglo XIX, es decir, en una época en que, por hallarse en gran medida fuera del sistema, intuyó, entendió y luchó por desarrollar su propia identidad, según sus puntos de vista y sus patrones culturales y por desarrollar algunos procesos auto-educativos, también según sus puntos de vista y sus propias necesidades.

En Chile, como en todas partes, la ciencia histórica ha tendido a estudiar casi exclusivamente los problemas del Estado, los problemas del gobierno; cómo se organizan las elites; cómo combaten sus ejércitos, etc. Pero no se estudia al pobre, en tanto que pobre, ni mucho menos como a un sujeto histórico que pese a su pobreza, hace historia.

Es por eso que en Chile prácticamente no existe la historia popular. Lo que tenemos en ese sentido, y que es muy bueno en todo caso, es más bien la historia del movimiento obrero, entendido como un movimiento político. Consultando cualquier libro al respecto, veremos que están muy bien hechos, pero que se refieren básicamente a cómo se organizaron los sindicatos, las federaciones de sindicatos y las confederaciones; qué huelgas, qué masacres, qué matanzas, qué logros han conquistado.

Es decir, se estudió al pueblo en tanto "hombre político" u hombre organizado; hombre luchando contra el Estado. Pero eso ha dejado automáticamente afuera al que no estaba organizado; al que no era cien por ciento político; a la mujer del pueblo, al hombre común y corriente.

Ahora, la historia más reciente, -la que se está tratando de investigar y de escribir en Chile como en otras partes de América Latina-, continúa poniendo su énfasis en el movimiento obrero y en los partidos políticos de izquierda. Pero, además de eso, comienza a considerar al hombre común y corriente; al hombre anónimo del pueblo, porque su historia y su cotidianeidad pueden ser tan importantes para la construcción social, como pueden serlo también las organizaciones que luchan contra el Estado.

Cuando se estudia al hombre cotidiano, no se trata de dejar de lado el partido, la organización, la ideología, el programa, la lucha contra el Estado, sino que se trata de estudiar, junto a todo eso, lo que no habíamos estudiado antes. Se trata de conocer a quienes no conocemos todavía y, sobre todo, se trata de poner en movimiento a aquellos que, por no tener ni organización ni construcción política, tal vez no actuaron políticamente en el pasado.

La historia es, a nuestro juicio, la mejor vía intelectual e ideológica para que el pueblo recupere, no sólo su identidad, sino que su auto-confianza y el sentido de que él puede hacer historia y que tiene poder histórico.

Eso involucra la capacidad de convocar personas para que cuenten sus historias, que ellos por mucho tiempo han pensado que son "historias mínimas", como dice un autor por allí; que no valen nada. Sin embargo, cuando se las cuenta a otros pares, a gente igual que ellos y se escuchan entre todos y descubren que sí tienen importancia, y por ahí van recobrando su confianza, su capacidad de moverse en conjunto y no sólo individualmente, nos damos cuenta que estamos avanzando mucho.

Una cosa es clara: hay que sacarse de la cabeza la idea de que la historia es el pasado. Lo que vale en todo momento es "la historicidad", que no es otra cosa que el presente vivo y puro. Esto es algo que hay que trabajar; es muy importante manejarlo de alguna forma, a través de algunas técnicas, a través de talleres, etc. Esta es una de las tareas más urgentes y necesarias de una legítima y verdadera Educación Popular.

Entrevista a Paulo Freire

Freire hay uno solo y demasiadas objeciones

Por Antonio Garcia Pintos

Alternativa Latinoamericana Nº 7 Año S/D

Edit. Acción Popular Ecuménica.

Pensamiento en Gestación

No creo que existan “Dos Freire”… simplemente hubo un cambio en el pensamiento del pedagogo brasilero. Pensamiento en gestación: bifurcación y vuelta a empezar.

El Freire de “Pedagogía del Oprimido”, “La educación como práctica de la libertad” y “Acción cultural para la libertad” habla de “una educación como actividad liberadora que no se da de arriba hacia abajo para salvar a la ignorancia sino en función de establecer un diálogo entre los que saben algo y los que piensan que no saben nada. Esto transformando la creencia de que los que no saben nada saben poco y pueden llegar a saber más…”

Sin embargo, los que supuestamente no saben nada son los que saben algo más, en la medida de que quienes “enseñan” lo hacen para encasillar ejerciendo un mecanismo de dominación puesto que hablan desde un pensamiento amputado.

Por lo cual educador-educando deben vehiculizar un diálogo horizontal en base al objeto de conocimiento, - en este caso la realidad- actuar dialécticamente para dar un salto cualitativo: aprender a aprender y aprehender el mundo: transformarlo.

En este sentido se parte de un “punto cero” donde los conocimientos librescos son meros instrumentos que hay que leer para “olvidar” y así poder reinterpretarlos evitando que sean un fin en sí mismos como aparecen en los programas codificados de la educación oficial enmascarando los datos de la realidad.

El sistema

Hemos asistido a “cuerpos teóricos” estériles a la comprensión de las necesidad de la sociedad toda. Desde el oficialismo se ha venido “domesticando” con el fin de que las grandes mayorías se integren al SISTEMA. Integración falsa ya que la educación oficial tiene como objetivo crear un “entre” que tenga los rudimentos mínimos y parcializados para que sirva de engranaje de explotación creando así piezas que puedan servir de forma enajenante sin cuestionar un modo de producción expoliador que beneficia a unos pocos y necesita de muna masa sumergida pata que el capital funcione.

Todos somos subversivos

Para quienes detentan el poder, el freire de sus primeros libros hasta de Carta a Ghinea/ Bissau es “subversivo”, toda forma de Educación Popular es “subversiva”, la teología de la Liberación es “subversiva”, ya que ha puesto el acento en trabajar pedagógicamente con los oprimidos cabe preguntarse qué ser pensante no es “subversivo” para quienes quieren agitar ese fantasma y así justificar sus prácticas genocidas.

Últimamente el poder – militares, oligarquía y administradores de la crisis de cuño liberal o neoliberal- ha puesto el grito en el cielo porque ciertos teólogos se han comprometido con la defensa de los derechos Humanos y peor aún algunos han tenido la “osadía” de utilizar ciertas categorías gramscianas en el análisis de la sociedad y en consecuencia de la cultura.

El poder se pone en guardia -cuándo no- véasela última conferencia de los Ejércitos Americanos en Mar del Plata y asistimos al delirio castrense de que cualquier movimiento de participación popular en la cultura – utilizando el gastado caballito de batalla de solapado terrorismo- es peligroso. Lo cual enseña que desde el campo popular no se puede caer en polémicas bizantinas sobre si el primer Freire tenía más ideales cristianos que el último durante sus experiencias en el gobierno popular de transición pacífica al socialismo en Chile y África.

El propio Freire habla de que es válida una educación problematizadora con lo cual refleja qué contexto teórico y prácticas e interrelacionan concretamente para crear una espiral permanente, una cadena ininterrumpida entre sujeto y objeto de conocimiento que pasa “ por la lucha por la producción, los conflictos de clase y la actividad creadora…”que desemboca en una reflexión crítica y forma “la conciencia de la conciencia” partiendo de la necesidades para llegar a la libertad.

Cada pueblo construye la libertad (como la educación, no debe venir desde arriba tampoco la libertad porque de lo contrario termina “institucionalizada” y vacía de contenido real) en base a sus propias necesidades e intereses concreto de cada geografía. Es inútil cuestionar el primer Freire o ensalzar al segundo. El tiempo viene demostrando que la fuerza de la realidad marca y contamina cualquier cuerpo teórico fijo, dogmatismo ideológico o receta preestablecida.

Educación popular es un camino para la transformación. Se puede instrumentar con más o menos suerte en un sistema socialista democrático, en medio de un gobierno popular y nacional o en un régimen de capitalismo dependiente decorado con una democracia formal hasta en forma marginal recortada bajo feroces dictaduras.

Claro está que cuando un pueblo participa colectivamente en la gestación de una nueva sociedad, la educación Popular tiene alcances rápidos e inesperados: se da naturalmente en todas, se hace carne en la sociedad. Produce su propio autoconsenso. Gestiona cultura, asume sus propios mitos, hace vida la memoria colectiva.

Hay pueblos que deben llegar a la ruptura con un sistema dictatorial para poder alfabetizar y educar para el cambio, como lo ha plasmado Nicaragua.

Pero es tan absurdo como fácil establece a priori si los mecanismos de Educación Popular deben echarse a andar en un régimen burgués o en medio de “un marco ideológico” determinado en un sistema socialista…”los mecanismo se dan como se pueden inmersos en cada realidad concreta.

Quién olvida o ignora que el Sistema se cree dueño de la palabra y hace todo lo posible para usurparla, como quedó plasmado durante las últimas dictaduras. Los pueblos bajo cualquier sistema deben asumir su propia palabra, primer trampolín para atrapar la realidad y poder interpretarla.

El sistema roba la palabra y manipula impunemente la conciencia de la mayoría y desde ahí va permeando la dominación. Ausencia de palabra es ausencia de cultura. Precisamente esta ausencia es continuar siendo los condenados de la tierra. La palabra escrita ha sido la palabra de los amos y cuando todos puedan escribir además de “leer” la palabra será de todos y leer no será repetir. Quizá desde esta conciencia se pueda empezar a denunciar la palabra esquizofrénica del Poder disfrazada de rigor nacional, tarea urgente para una Educación Popular. Tal vez más importante que pensar en “Dos Freire” y una objeción.

Al decir del pensador brasilero “aprehendiendo las situaciones existenciales por las que pasa América Latina cristianos y marxistas puedan evitar los “comunicados” para comunicarse a la luz y entonces se irá haciendo realidad la frase de Gutiérrez, padre de la Teología de Liberación en Perú: “cuando se dice desde el pobre se está hablando desde una perspectiva histórica”

Entrevista a Paulo Freire

Como nunca en la historia, Marx pagaría para vivir en el mundo de hoy”
Por Claudia Korol - Desde Sao Paulo - 6 de octubre de 2006

Acaba de ser publicado en el Brasil, el libro de Paulo Freire: "Pedagogía de la Esperanza. Un reencuentro con la Pedagogía del Oprimido". Paulo Freire nació el 19 de septiembre de 1921. En el diálogo con América Libre, desarrollado en su casa en Sao Paulo una mañana de marzo de 1993, nos contó con entusiasmo sobre los orígenes y contenidos de su nueva obra. Nos encontramos allí con un compañero de lucha que mantiene juntos el pensamiento polémico y el optimismo intacto, fruto no solo de su compromiso con la época y de su opción por los oprimidos, sino también de su reflexión sobre la esperanza, a la que define como una "necesidad ontológica".

La aparición de Pedagogía de la Esperanza, realizada 23 años después de la Pedagogía del Oprimido y con mucha agua corrida bajo los puentes, nos entusiasmó para producir este encuentro con su autor, miembro del Consejo de Redacción de América Libre.

Tanto la Pedagogía del Oprimido, como su nuevo libro Pedagogía de la Esperanza, expresan importantes polémicas con los tiempos en que fueron realizados. ¿Es así?

F:- Sí, yo creo que ésta es una hipótesis de comprensión de ambos libros. En la tentativa de explicarlos, la estructura misma de la Pedagogía de la Esperanza a mí me convence. Es exactamente la siguiente: busca demostrar que en el fondo, todo lo que usted crea, un libro, un arma o una obra de arte, todo siempre emerge de un proceso producido en ciertas tramas, que algunas veces no dejan clara la hipótesis de gestación de la obra. Por eso trato en la primera parte del libro algunos casos, que yo llamaría historias, que experimenté cuando era joven y cuando niño; y que al menos para mí hoy, tomando distancia, eran tramas que anunciaban la Pedagogía del Oprimido. Que podrían no haber ocurrido, pero que al llegar crearon marcas. Por ejemplo un caso que cuento de un malestar que sufrí durante años sin saber sus causas; que me sorprendía de repente y me dejaba abatido, desanimado. Al llegar a San Pablo pude analizar las causas y entender lo que sucedía; en un proceso de concientización individual, que yo explico y distingo de la hipótesis de concientización del otro. En ese caso, mi concientización funcionó y me liberó. Pero lo que nosotros no podemos esperar es que la concientización sola pueda resolver esa liberación, cuando se da en torno a las tramas estructurales de la sociedad. Allí ella continúa siendo importante, pero no es suficiente. Es preciso que al concientizarme sobre la realidad expoliadora, me movilice y organice con otros y luchemos juntos por la transformación radical de las estructuras que generan la explotación. Esto tiene que ver indiscutiblemente con la Pedagogía del Oprimido. La forma en que yo trabajé este libro sobre el otro, la forma en que yo intenté comprenderlo, generó a éste. Cuanto más analicé y analicé el proceso en el que escribí la Pedagogía del Oprimido, tanto más pude escribir este libro.

El segundo momento de Pedagogía de la Esperanza es el análisis que hago del libro Pedagogía del Oprimido haciéndose, o sea, el libro siendo trabajado, siendo escrito. Allí yo hablo un poco de la fase de la oralidad: antes que nosotros escribamos, hablamos de lo que vamos a escribir o de lo que estamos escribiendo. Éste para mí es un momento importante, sobre todo para la gente joven que no tiene experiencia en el esfuerzo de redactar.

Yo creo que es interesante que los más viejos cuenten su historia, por ejemplo que digan como tienen también dificultades para escribir.

Hay otro momento en Pedagogía de la Esperanza que yo considero importante, que es aquel en que intento, sin rabias pero con derecho, conversar con los lectores de este libro sobre las críticas que se hicieron en los años 70 a la Pedagogía del Oprimido. Es interesante, porque por ejemplo, las críticas marxistas eran casi todas mecanicistas. La mayoría de ellas, con excepciones, claro, se fundamentaban en una comprensión mecanicista de la historia. Eran críticas marxistas y por lo tanto proclamativas de la concepción dialéctica; pero eran profundamente no dialécticas. Y algunas de ellas eran críticas muy formales. Yo recuerdo una de ellas que decía: "Freire es un intelectual indiscutiblemente vivo, interesante, pero no dice que la lucha de clases es el motor de la historia". Yo no lo decía porque no lo era; porque la lucha de clases es uno de los motores de la historia; pero uno no puede esclavizarse a una sola cosa. Ahora, desde el punto de vista del tiempo de Marx, eso era correcto, era lo que él estaba observando del rumbo histórico. Para mí lo que faltó agregar es que hay otros motores de la historia y no solamente la lucha de clases. La lucha de clases continúa siendo un motor importante, claro, pero lo que yo digo en este libro y creo interesante es que muchos de mis críticos de los años 70, que decían que yo no mencionaba la lucha de clases en la Pedagogía del Oprimido (aunque yo cité treinta y tantas veces, no el concepto de lucha de clases sino el concepto de clases sociales) hoy son pragmáticos y neoliberales.

Son los que se hicieron eco de las proclamas sobre el fin de la historia...

F:_ Exacto. Hay un montón de gente de izquierda que nos da la impresión que, asustados, hoy casi gritan que se han equivocado de dirección. Se arrepienten de haber sido de izquierda, y se vuelven felices con la idea del fin de la historia y que la lucha de clases terminó. Se dicen posmodernos. Yo creo incluso que son posmodernos, pero posmodernos reaccionarios. Porque hay una posmodernidad progresista. La posmodernidad progresista es la que expresa que ya no estamos demasiado seguros de nuestras certezas. Porque la modernidad estuvo muy segura de sus certezas, pues surgió con el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Marx era un moderno y tenía que serlo. No había forma que no lo fuera. Pero para mí la modernidad va más allá de Marx. Es eso lo que se precisa decir y no decir que Marx murió, que Marx no existe. De ninguna manera, pues Marx está más vivo que muchos de nosotros.

Usted habla en su último libro de la esperanza como una necesidad ontológica...

F:_ Exacto, esa necesidad ontológica que yo veo en la esperanza es la que los mecanicistas no entendieron en la Pedagogía del Oprimido. Los mecanicistas no podían entenderlo. En primer lugar, esa ontología no es un "a priori" de la historia. Esto quiere decir que la naturaleza del hombre y de la mujer, la naturaleza de ser humano, no fue donada al ser humano antes de la historia. Es gracioso, yo soy cristiano y afirmo eso, pero con eso no tengo nada en contra de la trascendentalidad. Al revés, yo me afirmo en esta trascendentalidad en cuya relación dialéctica con la mundanidad yo me encuentro. Pero digo lo siguiente: la naturaleza humana se va constituyendo históricamente. La esperanza corno necesidad ontológica se constituye aquí, en el quehacer histórico. Y para mí no es posible, siendo el ser que estamos siendo, históricos, por lo tanto, inacabados y envueltos constantemente por una necesaria idea del mañana; no es posible experimentar la necesidad del mañana sin superar la comprensión del mañana como algo inexorable, que es, que hacía y decía el mecanicismo de los marxistas que me criticaban en el 70 y que hoy se han vuelto pragmáticos y dicen que hay que acabar con esta historia del sueño, de la utopía, que sólo ¡Ha creado dificultades!

Quiero decir, en el momento en que tú admites que el mañana es un dato ya dado, que tú marchas hacia él inexorablemente, entonces no hay por que hablar de esperanza. La esperanza se instala en ti en el momento en que el mañana no es inexorable; puede venir y puede no venir. En otras palabras, el mañana tiene que ser hecho por nosotros. Eso es lo que para mí fundamenta la esperanza como una necesidad ontológica. Yo estoy esperanzado no porque sea impertinente, estoy esperanzado porque estoy en el mundo y con el mundo. No puedo dejar de estarlo.

La Pedagogía de la Esperanza, es necesariamente un libro escrito con amor y con rabia. Es el resultado de un gran aprendizaje, parte del cual yo relato, entre ellos los viajes por el mundo para discutir la Pedagogía del Oprimido. Porque la Pedagogía del Oprimido en cierto momento se independizó de mí. Era ella la que me presentaba al mundo, no yo a ella.

Usted se refiere en su libro, también, a la existencia de una esperanza ingenua...

F:_ Claro, una esperanza ingenua es decir que el mañana que queremos viene de cualquier manera. En el fondo la comprensión mecanicista de los marxistas distorsionados, implica una esperanza ingenua. Cuando tú piensas que el mañana es inexorable, que tiene que venir, tú eres ingenuo. Porque el mañana sólo viene si yo lo hago, junto con los otros.

Esta posición frente a la esperanza, choca con quienes pregonan el escepticismo.

F:_ Exacto, la crítica a la esperanza viene de quienes necesariamente no entienden a la historia corno posibilidad. De quienes no aceptan que la historia no es algo predeterminado, que la historia es posible, no solamente es posible sino que es posibilidad; y que si ella es posibilidad hay que realizarla. Esa es la tarea de los sujetos históricos, de los individuos. Esa es otra cosa que el marxismo mecanicista negaba y distorsionaba: al enfatizar lo social terminaba negando absolutamente la presencia del individuo en lo social. Es claro que nosotros reconocemos que lo que hay de individual en mí y en ustedes, no es suficiente para explicar lo que estamos haciendo, pero es indispensable.

Cuando usted se refiere a la dialéctica y al valor de lo subjetivo en la transformación histórica, se acerca al pensamiento de marxistas dialécticos y revolucionarios como el Che.

F:_ Yo tengo una admiración muy profunda por algunos revolucionarios de este siglo, que no conocí personalmente. Que afloran constantemente en mí, aunque a veces no necesito ni nombrar. Che es uno de ellos. Gramsci es otro, más lejano. Che Guevara me tocó y continúa tocándome por una serie de cualidades humanas e intelectuales. Como un hombre que peleó, un hombre que luchó, un hombre que se expuso como yo nunca me expuse. Un hombre que continúa testimoniando un coraje manso, un coraje dignificante. Y como un hombre que también pensó, y puso en el papel de una manera muy convincente y bonita las reflexiones que hizo sobre la práctica.

El Gramsci con quien yo intimé es exactamente el Gramsci de la prisión, el Gramsci que no podía estar haciendo la práctica que el Che hizo, pero que hizo una práctica antes de ir para la prisión y que allí dentro piensa y habla de lo que hizo y de lo que podía haber hecho. Otro hombre que me impactó mucho y que me continúa impactando es exactamente, yo diría casi, el Guevara del Africa, que es Amílcar Cabral.

Incluso yo supe cuando estuve en Africa, por Guinea Bissau, del momento en que los dos se encontraron, Guevara y Amílcar Cabral. No sé si usted sabe eso. Amílcar era bajito, y eso no le gustaba. El se encontró con el Che, que delante suyo era un gigante. Aunque yo creo que en el fondo eran dos gigantes del siglo, enamorados del mundo. Ellos tuvieron las rabias necesarias, las rabias que no pueden ser evitadas. Tú no haces historia sin rabia. Tú no haces ni un libro sin rabia. Pero tampoco los haces sólo con rabia y eso es lo que ellos vivieron muy bien. Ellos hicieron la historia de ellos y la historia nuestra de este mundo, con la rabia y el equilibrio necesario entre la rabia y el amor.

Lo que a mí me contaron es que los dos se encontraron, conversaron, discutieron, debatieron, y se volvieron grandes amigos. Incluso me contaron que en un momento quedaron parados uno delante del otro como si estuvieran enamorados. En el fondo era un enamoramiento mediado por la praxis, mediado por la historia. Che Guevara, Gramsci antes, Amílcar. Yo no quiero con eso reducir la historia de estos años sólo a estos hombres. Porque después encontré a otro hombre que fue malvadamente asesinado por la izquierda de su país que fue Maurice Bishop, en Grenada. Yo me acuerdo de la reacción de Fidel entonces que fue muy fuerte frente a una izquierda incompetente y malvada.

Usted se ha referido a estos hombres como pedagogos de la revolución.

F:_ Sí. Yo creo que Fidel, Guevara, Amílcar, no son sólo pedagogos revolucionarios, sin o pedagogos de la revolución. Hay mucha diferencia, porque creo que pedagogo revolucionario yo soy, a pesar de que se decía que no tenía nada que ver con eso. Pero otra cosa es ser pedagogo de la revolución.

¿Cuáles son los debates actuales y su opinión sobre la experiencia de la educación popular en el Tercer Mundo?

F:_ Yo he leído a latinoamericanos y he oído a dirigentes africanos progresistas que dicen, como expresión del trauma del momento que estamos viviendo, que al final de cuentas lo que hoy se necesita es una educación popular en el Tercer Mundo, que no sería más de concientización. Por el contrario, debería dislocarse para experiencias puramente económicas. Eso surge primero en las experiencias de sobrevivencia después del golpe de Pinochet. Lo que interesaba en la época era conseguir medios de sobrevivencia de los grupos populares, progresistas, que aplastados por el golpe de estado precisaban ayuda. Y la ayuda mejor, no sería más la discusión alrededor de la realidad sino la sobrevivencia. Financiar talleres, fabriquitas de juguetes, grupos de costureras, etc. Yo no estoy en contra de eso, pero mucha gente de los llamados pragmáticos plantean que el problema de la educación popular en América Latina y en Africa no podría ser desarrollado por una pedagogía del "develamiento", de la concientización, sino por una pedagogía práctica que trate la formación técnica de los grupos populares. Para mí ésta es una dicotomía que nos lleva de nuevo al fracaso. No es posible separar la formación técnica, de la comprensión crítica del mundo.

Marx inclusive definió la cuestión de la educación de la clase trabajadora y decía claramente que la burguesía no puede formar a la clase trabajadora, a no ser para reproducir a la clase trabajadora como tal. Eso es obvio, porque la clase trabajadora se tiene que formar en una perspectiva contradictoria y antagónica con la visión de la clase burguesa. Entonces, mientras que para la clase burguesa, la clase dominante, la formación de la clase trabajadora debe ser técnica y terminar en la técnica, la formación progresista de la clase trabajadora abarca la formación técnica indiscutiblemente; pero al tocar lo técnico sabe que no está tocando nada neutro. La tecnología no es neutra. Entonces, al enseñar, al capacitar, el buen obrero no es el que sabe hacer funcionar las máquinas. Es aquel que funcionando con las máquinas, reconoce la razón de ser histórica y social de la propia máquina. Y reconoce a favor de quien trabaja la máquina en sus manos.

Yo hoy insisto en que la educación popular en este pedazo de historia nuestra, debe continuar develadora de lo real; en la búsqueda de la razón de ser de los hechos que se producen, no ocultando ni haciendo una pura formación de sobrevivencia.

Algunos dicen que estos ya no son temas de los 90. Pero: ¿cuál es el tema de los 90? Lo que continúa profunda y dramáticamente como tema de los 90 es el sueño de cambiar radicalmente este mundo. La educación entra allí como uno de los elementos de viabilización de los sueños. Entonces en el momento en que tú dices que "la educación popular ya fue" es porque tú no crees más en la educación. Claro que las tácticas que se precisan en la lucha de la gente son históricas. El testimonio es universal, se da siempre en la historia. Pero la forma como se da cambia de generación en generación. Estratégicamente uno testimonia en favor de nuestra liberación. Ahora, la forma en que yo testimonio ese deseo, esa necesidad de transformación del mundo es diferente. Yo creo que hoy las tácticas, los métodos, pueden variar. Pero lo que para mí no puede variar, lo que no puede dejar de existir es la comprensión crítica de la historia. Y eso significa develar los hechos.

La crítica de los pragmáticos se refiere a la politización de la educación popular.

F:_ Exacto. Eso también es así. Me sucedió en París, donde yo estaba en una reunión de la Unesco, cuando uno de los presentes me dijo: "Es interesante, profesor Freire, hace un mes o dos, yo estaba aquí en una reunión patrocinada por la Unesco con gente de América Latina y quedé sorprendido porque unos educadores latinoamericanos decían que usted no es un educador, que usted es más un ideólogo. Por la exigencia con que usted trata políticamente las cosas".

Posiblemente en los años 70 esa gente me criticaba por no ser marxista. Gente de izquierda que hoy se ha vuelto indecisa por lo menos. Yo hoy soy, con los cambios que la historia realiza, casi al mismo que el que escribió la Pedagogía del Oprimido. Yo reconozco solamente que cuando escribí la Pedagogía del Oprimido di saltos grandes de cuando escribí La educación corno práctica de la libertad. En La educación corno práctica de la libertad yo era algo ingenuo en mi defensa de la subjetividad y de la conciencia. Pero creo que fue óptimo que lo haya sido, porque me preparó para adquirir una mayor profundidad dialéctica entre objetividad y subjetividad. Yo analizo ese desvío subjetivista que cometí en La educación como práctica de la libertad. Pero en la Pedagogía del Oprimido yo creo que no; soy el mismo que ahora, no cambié.

¿Cómo fundamenta su esperanza ante un capitalismo que se presenta como vencedor?

F:- Yo creo que el capitalismo no dio nada a los pueblos. Puede ser que en esto yo sea sectario. Pero como digo en un texto que escribí sobre los 500 años de la conquista de América, yo no puedo festejar la llegada colonial al continente, porque yo festejo la lucha de liberación de los pueblos y no puedo festejar la conquista de los pueblos. Yo no festejo al capitalismo y creo que lo que el capitalismo ha hecho en América Latina son cosas trágicas. Usted toma los índices de asesinatos de niños en este país, Brasil; usted toma los índices de niños y niñas fuera de la escuela, que no tienen el derecho de entrar en la escuela; usted torna los índices de los niños de sectores populares que por la presión de los sindicatos de sus padres consiguieron un lugar en la escuela pero que son expulsados enseguida. Los técnicos y especialistas hablan de este fenómeno diciendo que los chicos "se evaden" de la escuela. Como si los niños hiciesen un Congreso y decidiesen que no quieren seguir más en la escuela.

¡No! Ellos son expulsados de la escuela. Usted toma los índices de los hombres y mujeres que en esta hora del día de hoy murieron de hambre, y de los que van a morir de hambre desde ahora hasta las tres de la tarde, de los que están enterrados en las periferias de las grandes ciudades. Usted toma los índices de maltrato, de desesperanza de los hombres y mujeres de este país. Mujeres de 30 años que parecen que tienen 120, deterioradas, maltratadas, desdentadas, decepcionadas. Y usted pregunta: ¿quién hizo eso? Obviamente que en la campaña en el Brasil ahora se discute esto. Yo creo que el presidencialismo tuvo mucho que ver con eso. Yo soy parlamentarista, porque no creo que el presidencialismo ayude en nada a la democracia en este país. Creo que se corresponde con la historia de este país, es una respuesta a la tradición autoritaria de la sociedad brasileña. Pero el gran responsable por todas esas maldades es el capitalismo. El capitalismo desenfrenado, es de una perversidad ontológica de la cual ya no se libera.

Es más, yo creo que como nunca en la historia, Marx pagaría para vivir en el mundo de hoy. Yo creo que nunca hubo un tiempo más propicio para la utopía socialista. Pero cuando digo hoy, no es 1993. Mi hoy supera los primeros años del milenio que llega. Para mi historia individual, 30 años son una cosa terrible, porque yo ya no tengo chance de vivir 30 años. Hay gente que vive 110, 120 años, yo creo que no voy a vivir eso. Pero 30 años para el país, para América Latina, 30 años para el mundo no son nada. Yo creo que en estos 30 años la chance del sueño socialista, democrático, está ahí. El capitalismo no puede inventar otro chivo expiatorio como hizo durante todos estos años, que era el comunismo. Realmente era una ventaja para ellos trabajar con el espantapájaros del stalinismo, era muy fácil. Pero hoy no pueden seguir con la guerra fría.

¿Qué posibilidades tienen de modificar esta situación las administraciones de estados gobernados en Brasil por la izquierda?

F:_ Es necesario tener una visión avanzada y realista de este tema. Por ejemplo, yo fui secretario de educación de San Pablo. Algunos compañeros nos criticaban porque decían que nosotros éramos apenas administradores de la crisis capitalista. Es un absurdo. El gobierno de Erundina no fue administrador de la crisis capitalista. Fue un gobierno progresista, de un tiempo capitalista y de un espacio capitalista. Pero es una experiencia democrática. Es preciso comprender la experiencia democrática, lo que significa el juego democrático en la búsqueda de una mejor constitución de un nuevo poder y de un nuevo gobierno. El testimonio que dio el gobierno de respeto a la cosa pública, de enfrentar una problemática desfavorable a las clases populares, la reorientación de los gastos, dejar de maquillar y embellecer lo que ya está bonito e invertir en las áreas proletarias, en las áreas populares, yo creo que todo eso es una experiencia que testimonia cómo es posible hacer algunos cambios en el sentido de los intereses de las clases populares, aún sin alcanzar la radicalidad del cambio.

¿Qué significa su participación en el Consejo de Redacción de América Libre?

F:_ Cuando Betto me dio el primer número de la revista, y me habló de la utopía de esa revista, yo adherí inmediatamente. Adherí a la revista enseguida que él me planteó la posibilidad de que yo fuese incorporado.

Está claro que esta revista, es una de las posibilidades históricas que tenemos hoy. Es la posibilidad de trabajar en favor de la posibilidad. Yo creo que ningún hombre, ninguna mujer progresista de este continente, puede negar como mínimo, la contribución que cada uno y cada una de nosotros tenga la posibilidad de dar. Porque no es sólo un sueño de los que hacen la revista, es una necesidad histórica de los que vivimos en este continente.

¿Cuáles son hoy sus sueños más importantes en esta difícil situación de la lucha por la libertad de América Latina?

F:_ Yo diría uno sólo que creo que es vital para la gente, y que no es un descubrimiento mío. Es un imperativo de la historia, que ha sido el sueño de Guevara, que fue el sueño de los Bolívares: un gran esfuerzo a favor de la unidad en la diversidad. Porque nosotros no podemos hablar de América Latina como una cosa sola, no tiene sentido. Somos diferentes. Estamos llenos de diferencias. Brasil es una cosa, México es otra, Argentina es otra, Paraguay es otra, Uruguay es otra. Lo que se precisa es que cada una de esas otras cosas, tenga en primer lugar, esperanza en sí, confianza en sí, y gusto por la lucha. Segundo, que cada una de esas cosas, reconociéndose diferente de la otra, descubra los lazos que las unen. Con esta unidad en la diferencia, es que seríamos capaces de enfrentar a los que nos dividen para poder mandar. Es la única respuesta que los dominados tienen para enfrentar a los dominantes: unirse en la diversidad para enfrentar a los unificados que nos desunen. Ahora usted sabe que ésa es una cosa difícil de ser hecha, pero yo creo que la revista es un intento en favor de eso. Yo sé que ha habido otros, pero éste hoy es el intento de unificar en la diferencia.

¿Qué le preguntaría usted a Paulo Freire?

F:_ Yo en lugar de preguntarle, si tuviese que decirle alguna cosa a Paulo Freire sería lo siguiente: "continúa soñando. Pero siempre que continúes pensando el sueño como de él hablaste en la "Pedagogía de la Esperanza".

Claudia Korol

Fuente: www.ultimorecurso.org.ar